EL CINE MOVIL: HITO EN EL CAMINO CUBANO HACIA LA LUZ
Por Ángel Rodríguez Álvarez
Servicio Especial de la AIN
A propósito de la celebración este 20 de octubre del Día de la
Cultura Nacional, resulta oportuno, y necesario, recordar una de las
primeras vías hacia la justicia y la cultura, abiertas por la
Revolución cubana a solo unos meses del triunfo popular de enero de
1959: el Cine Móvil.
Decenas de miles de pobladores rurales del país, y en particular de
las zonas más apartadas y las montañosas, jamás habían visto una
película, hasta el punto en que no tenían la menor noción de cómo se
producía esa expresión cultural tan extendida en el orbe en plena
mitad del siglo.
Erradicar tan increíble carencia, conocida de primera mano por el
Comandante en Jefe Fidel Castro y los principales jefes del Ejército
Rebelde, comenzó a superarse apenas creado en marzo de 1959 el
Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos.
La tarea de llevar el cine a todos los rincones habría de requerir
de una férrea voluntad, pues la ínsula no contaba con los medios
materiales más elementales y tampoco con la estructura y la experiencia
indispensables.
Tan hermosa iniciativa ganó rápidamente adeptos y aunó esfuerzos de
no pocos, convencidos de su justicia y la importancia de abrir esa
ventana al mundo del conocimiento, vedado hasta entonces para miles de
campesinos.
Ya en los meses finales de ese año inicial de la liberación, las
imágenes animadas en pantalla fueron como una especie de aparición
mágica para algunos. En 1962 la experiencia se había extendido a toda
Cuba y empezó a formar parte de la nueva realidad.
Sería gracias a una extraña conjunción de elementos tan diversos
como los camiones adaptados para llevar y hacer funcionar los
proyectores de 16 milímetros, y las primeras y recordadas producciones
fílmicas: Historias de la Revolución, El Joven Rebelde, Las 12 sillas y
el Noticiero Latinoamericano.
Eran los esfuerzos pioneros de toda una pléyade de creadores
fundadores del cine de la Revolución: Santiago Álvarez, Octavio
Cortazar, Enrique Pineda, Manuel Octavio Gómez, Tomás Gutiérrez Alea y
tros.
Aquel nuevo universo iría en expansión ante los asombrados ojos de
los espectadores de estreno, que de ese modo accedían igualmente al
mundo imaginado por Charles Chaplín, Orson Welles, Vitorio De Sicca y
Román Karmen, con sus obras desde antes convertidas en patrimonio de la
cultura universal.
A los grandes realizadores se unieron en este esfuerzo entusiastas
técnicos, capaces de hacer en brevísimo tiempo las transferencias de
películas a los obligados 16 milímetros y los indispensables
tripulantes de los carros, convertidos por obra y gracia de los más
puros sentimientos patrióticos, en conductores, proyeccionistas,
mecánicos, utileros generales y en especialistas capaces de explicar
aspectos técnicos y de contenido de las películas por proyectar.
Pero la agreste topografía y las inclemencias del clima no serían
los únicos inconvenientes u obstáculos a vencer por aquellos anónimos
promotores culturales. Durante cinco años -1960-65- Washington
promovió, financió y organizó el bandidismo, que llegó a estar presente
en todas las zonas rurales del país, con su política de tierra arrasada.
Como la campaña de alfabetización, el Cine Móvil recibió la
hostilidad de los enemigos, persuadidos de que era un valioso medio
para el desarrollo de la cultura popular.
Los ataques armados se hicieron casi cotidianos. En uno de ellos, el
13 de enero de 1963, resultaron vilmente asesinados Giraldo Mora Cantón
y Andrés Casalla, cuando transitaban en su cine móvil por la carretera
de Cabezas a Sabanilla, en la provincia de Matanzas.
Poco después se sumaría una tercera víctima, Lázaro González
Fagundo, dirigente de los Comités de Defensa de la Revolución, quien
como parte del apoyo de esa organización, acompañaba a los tripulantes
de uno de los móviles. Valga este recuerdo como homenaje a este
esfuerzo que llevó a tantos cubanos, hasta entonces excluidos, esta
puerta a la luz, y a quienes entregaron su vida para que esta fuera más plena.
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alexandra -