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Lidias de gallos en Cuba colonial

Lidias de gallos en Cuba colonial

Por Georgina Suárez Hernández

 

¡Afuera de la valla! Este era el grito que ponía fin al casamiento de las peleas y al ajuste de las apuestas que se llevaba a cabo en el centro de la valla. A la orden aludida todos despejaban el lugar llano e impregnado de aserrín donde los gallos rivales realizarían la contienda. Solo gallos y galleros permanecían en el espacio circular. Después de una pequeña  prueba los animales eran liberados al mismo tiempo, mientras crecía la algarabía de los presentes situados en las gradas del  edificio de madera que había sido construido para estos fines.

 

Cuando se daba por terminada la pelea en medio del alboroto de los apostadores favorecidos por la suerte, se procedía al arreglo pacífico de cuentas. Todos habían admitido con antelación y tácitamente las reglas del juego y se disponían a cumplirlas.

 

Los relatos de viajeros y la literatura costumbrista de la época así como regulaciones oficiales, dan cuenta de esta práctica generalizada sobre todo en los campos. Realizada  para compartir y socializar, como vía para la obtención de dividendos o acto de reafirmación de género  a la vez que escape de la difícil realidad de aquellos tiempos, las peleas de gallos en Cuba colonial devinieron diversión preferida de los  habitantes de la Isla. Muchos vieron en estos juegos de azar una expresión simbólica de la cubanidad.

 

Si bien desde 1739 mediante Real Decreto la corona española hizo el intento de fiscalizar las ganancias obtenidas en las lidias de gallos, esto no las convierte de hecho en una actividad oficial. Tanto es así, que las vallas eran de fácil montaje y desmontaje para su cierre o traslado inesperado a otro sitio. Así se evadían las medidas fiscales y las prohibiciones  y se violaban continuamente las leyes y disposiciones  que intentaron poner fin a tal afición.

 

La valla de gallos devino  práctica transgresora de las normas fijadas por las autoridades españolas. Fue al propio tiempo un espacio donde se desarrollaban de manera informal relaciones entre diversas clases sociales y diferentes razas. Y bien estuvieran prohibidas o toleradas, las peleas de gallos se efectuaban en todas partes marcadas por el intercambio entre sus  participantes  y como un modo, en ocasiones, de amenizar las fiestas con gran concurrencia popular.

 

Conocidas vallas de gallos radicaron en La Habana, Puerto Príncipe, Santiago de Cuba, Cárdenas, Matanzas, Cienfuegos, Baracoa, Bayamo, Santa Clara y en muchas poblaciones rurales menos habitadas.

 

Fue tal su peso en la vida del cubano del siglo XIX que se señaló que para el campesino cubano…  “no hay  más amigo que un peso, ni más diversión que un gallo…”.(1)

 

Con los epítetos de nacional, popular o criollo se caracterizaron las peleas de gallo en Cuba  durante el siglo XIX, teniendo en cuenta la preferencia de sus habitantes por las mismas, su consideración como juego distintivo de la cultura en la Isla y su relación con la paulatina formación de la identidad nacional.

 

No puede negarse que ellas  generaron ciertos resultados a la sociedad decimonónica cubana. Se convirtieron en un  espacio para la celebración de fechas señaladas o acontecimientos patrióticos. También  constituyeron un vehículo de movilización de pueblo con determinados fines sociales como la recaudación de fondos para ciertas obras públicas cuyas ejecuciones no eran asumidas por la indolente administración colonial.

 

Pero en las mismas hay que ver, al propio tiempo, las dos caras de una moneda. Los jugadores con frecuencia contraían deudas  a las que no podían hacer frente, abandonaban el trabajo por las peleas de gallo en una especie de culto del cual no era posible desprenderse con facilidad. Eran en esencia, espacios para apuestas generadores de conductas orientadas a los juegos de azar con todas las secuelas negativas que estos entrañan. Prácticas comprensibles quizás para una sociedad que ofrecía  pocas opciones culturales para la mayoría de las personas.

 

Con toda razón José Martí expresó: “…el juego, que no es más que la forma violenta e inculta de la esperanza.”

 

 

(1) Cirilo Villaverde: El guajiro. Imprenta La Lucha, Habana, 1890, p.83. Citado en “Gallos y toros en Cuba” de Pablo Riaño Marfil.

 

 

1 comentario

Pablo Riaño San Marful -

Interesante resumen!!!
Pero con un triste final: pedirle opciones culturales a una sociedad colonial es algo francamente risible. No obstante, informativamente muy exacto.